“Ensayo sobre la lucidez”, excelente novela de José Saramago. A propósito del VOTO EN BLANCO. A veces el arte se anticipa a la realidad (y previene sobre la ingenuidad o la inutilidad de algunas acciones). Algunos fragmentos:
Pasaba de la media noche cuando el escrutinio terminó. Los votos válidos no llegaban al veinticinco por ciento, distribuidos entre el partido de la derecha, trece por ciento, partido del medio, nueve por ciento, y partido de la izquierda, dos y medio por ciento. Poquísimos los votos nulos, poquísimas las abstenciones. Todos los otros, más del setenta por ciento de la totalidad, estaban en BLANCO.
El gobierno, añadió (el primer ministro) dándole al semblante un aire grave y acentuando con intención las sílabas fuertes, confía en que la población de la capital, nuevamente llamada a votar, sabrá ejercer su deber cívico con la dignidad y el decoro con que siempre lo hizo en el pasado, dándose así por írrito y nulo el lamentable acontecimiento en que, por motivos todavía no del todo aclarados, pero que se encontraban en curso de investigación, el habitual preclaro criterio de los electores de esta ciudad se vio inesperadamente confundido y desvirtuado.
No todo, desgraciadamente, era honesto y límpido en las tranquilas reuniones. No había ni una fila, una sola entre las más de cuarenta diseminadas por toda la ciudad, en la que no se encontraran uno o más espías con la misión de escuchar y grabar los comentarios de los electores, convencidas como estaban las autoridades policiales de que una espera prolongada, tal como sucede en los consultorios médicos, induce a que se suelten las lenguas más pronto o más tarde, aflorando a la luz, aunque sea con una simple media palabra, las intenciones secretas que animan el espíritu de los electores.
Queridos conciudadanos, dijo (el primer ministro), el resultado de las elecciones que hoy se han realizado en la capital es el siguiente, partido de la derecha, ocho por ciento, partido del medio, ocho por ciento, partido de la izquierda, uno por ciento, abstenciones, cero, votos nulos, cero, votos en blanco, ochenta y tres por ciento. Hizo una pausa para acercarse a los labios el vaso de agua que tenía al lado y prosiguió, El gobierno, reconociendo que la votación de hoy confirma, agravándola, la tendencia verificada el pasado domingo y estando unánimemente de acuerdo sobre la necesidad de una seria investigación de las causas primeras y últimas de tan desconcertantes resultados, considera, tras deliberar con su excelencia el jefe de estado, que su legitimidad para seguir en funciones no ha sido puesta en causa, ya que la convocatoria ahora concluida era sólo local, y porque además reivindica y asume como su imperiosa y urgente obligación investigar hasta las últimas consecuencias los anómalos acontecimientos de que fuimos, durante la última semana, aparte de atónitos testigos, temerarios actores, y si, con el más profundo pesar, pronuncio esta palabra, es porque los votos en blanco, que han asestado un golpe brutal a la normalidad democrática en que transcurría nuestra vida personal y colectiva, no cayeron de las nubes ni subieron de las entrañas de la tierra, estuvieron en el bolsillo de ochenta y tres de cada cien electores de esta ciudad, los cuales, con su propia, pero no patriótica mano, los depositaron en las urnas. Otro trago de agua, éste más necesario porque la boca se le ha secado de repente, Todavía estamos a tiempo de enmendar el error, no a través de nuevas elecciones, que en el estado actual podrían ser, aparte de inútiles, contraproducentes, sino a través del riguroso examen de conciencia al que, desde esta tribuna pública, convoco a los habitantes de la capital, todos ellos, a unos para que puedan protegerse mejor de la terrible amenaza que flota sobre sus cabezas, a otros, sean culpables, sean inocentes de intención, para que se corrijan de la maldad a que se dejaron arrastrar a saber por quién, bajo pena de convertirse en blanco directo de las sanciones previstas en el ámbito del estado de excepción cuya declaración, tras consulta, mañana mismo, al parlamento, que para el efecto se reunirá en sesión extraordinaria, y obtenida, como se espera, su aprobación unánime, el gobierno va a solicitar a su excelencia el jefe del estado.
Al ministro de defensa, un civil que no había hecho el servicio militar, le supo a poco la declaración del estado de excepción, lo que él pretendía era un estado de sitio en serio, de los auténticos, un estado de sitio en la más exacta acepción de la palabra, duro, sin fallas de ningún tipo, como una muralla en movimiento capaz de aislar la sedición para luego derrotarla con un fulminante contraataque, Antes de que la pestilencia y la gangrena alcancen a la parte todavía sana del país, previno.
[Luego el gobierno ordena que se interrumpa el servicio de recolección de basura para intentar quebrar el ánimo de los habitantes de la capital (cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia), pero los ciudadanos deciden asear y recoger la basura por su cuenta. Finalmente los trabajadores del servicio de aseo retoman sus labores. Ante esta situación el gobierno nacional decide abandonar la ciudad, junto con la policía y todos los empleados de la administración, salvo el alcalde y su gabinete. Para impedir que los ciudadanos salgan, el gobierno crea cercos militares, sitiando la ciudad. Poco después, el gobierno manda a poner una bomba en el tren para inculpar a los supuestos organizadores del VOTO EN BLANCO. El alcalde llama al primer ministro para informar lo sucedido.]
Señor ministro, hace algunas horas ha explotado una bomba en la estación del metro de superficie, sector este, todavía no se sabe cuántas muertes ha causado, pero todo indica que son muchas, los heridos se cuentan por tres o cuatro decenas, Ya estoy informado, Si sólo le llamo ahora es porque he estado todo el tiempo en el lugar, Ha hecho muy bien. El alcalde respiró hondo, preguntó, No tiene nada qué decirme, señor ministro, A qué se refiere, Si tiene alguna idea acerca de quién ha colocado la bomba, Me parece que está bastante claro, sus amigos del voto en blanco han decidido pasar a la acción directa, No me lo creo, Que se lo crea o no, la verdad es ésa, Es, o va a ser, Entiéndalo como quiera, Señor ministro, lo que ha pasado aquí es un crimen hediondo, Supongo que tiene razón, así se le suele llamar, Quién colocó la bomba, señor ministro, Parece usted perturbado, le aconsejo que descanse, vuelva a llamarme cuando sea de día, nunca antes de las diez de la mañana, Quién colocó la bomba, señor ministro, Qué pretende insinuar, Una pregunta no es una insinuación, insinuación sería si le dijese lo que ambos estamos pensando en estos momentos, Mis pensamientos no tienen por qué coincidir con lo que piensa un alcalde, Coinciden esta vez, Cuidado, está yendo demasiado lejos, No estoy yendo, ya he llegado, Qué quiere decir, Que estoy hablando con quien tiene responsabilidad directa en el atentado, Está loco, Preferiría estarlo, Atreverse a lanzar la sospecha sobre un miembro del gobierno, esto es inaudito, Señor ministro, a partir de este momento dejo de ser alcalde de esta ciudad sitiada, Mañana hablaremos, de todos modos tome nota de que no acepto su dimisión, Tendrá que aceptar mi abandono, haga como si hubiera muerto, En ese caso le aviso, en nombre del gobierno, de que se arrepentirá amargamente, o ni siquiera tendrá tiempo de arrepentirse, si no guarda sobre este asunto silencio total, supongo que no le costará mucho puesto que dice que ya está muerto, Nunca habría imaginado que se pudiera estar tanto. La comunicación fue interrumpida en el otro lado.
[Días después de la bomba, la ciudadanía convoca una marcha pacífica como acto de protesta. Algunas personas intentan salir de la ciudad pero los militares lo impiden. Ante la crisis, el gobierno opta por echarle la culpa del voto en blanco a los responsables de la ceguera blanca de cuatro años atrás (ver “Ensayo sobre la ceguera”) y envían a un grupo de detectives a investigar.]
Señor presidente, señores, osemos dar un paso adelante, sustituyamos el silencio por la palabra, terminemos con este estúpido e inútil fingimiento de que antes no sucedió nada, hablemos abiertamente de lo que fue nuestra vida, si vida era aquello, durante el tiempo en que estuvimos ciegos, que los periódicos recuerden, que los escritores escriban, que la televisión muestre las imágenes de la ciudad que se grabaron después de recuperar la visión, que las personas se convenzan de que es necesario hablar de los males de toda especie que tuvieron que soportar, que hablen de los muertos, de los desaparecidos, de las ruinas, de los incendios, de la basura, de la podredumbre, y luego, cuando nos hayamos arrancado los harapos de falsa normalidad con que venimos queriendo tapar la llaga, diremos que la ceguera de esos días ha regresado a la ciudad bajo una nueva forma, llamemos la atención de la gente con el paralelismo entre la blancura de la ceguera de hace cuatro años y el voto en blanco de ahora, la comparación es grosera y engañosa, soy el primero en reconocerlo, y no faltará quien de entrada la rechace como una ofensa a la inteligencia, a la lógica y al sentido común, pero es posible que muchas personas, y espero que pronto sean abrumadora mayoría, se dejen impresionar, se pregunten ante el espejo si no estarán otra vez ciegas, si esta ceguera, aún más vergonzosa que la otra, no los estará desviando de la dirección correcta, empujándolos hacia el desastre extremo que sería el desmoronamiento, tal vez definitivo, de un sistema político que, sin que nos hubiéramos dado cuenta de la amenaza, transportaba desde el origen, en su núcleo vital, es decir, en el ejercicio del voto, la simiente de su propia destrucción o, hipótesis no menos inquietante, del paso a algo completamente nuevo, desconocido, tan diferente que, en ese lugar, criados como fuimos a la sombra de rutinas electorales que durante generaciones y generaciones lograron escamotear lo que vemos ahora como uno de sus triunfos más importantes, nosotros no tendremos sitio con toda seguridad.
[El detective encargado de investigar al grupo de sobrevivientes liderado por la mujer del médico, llega a la conclusión de que la mujer y el grupo no tienen nada que ver con el voto en blanco. No obstante, el gobierno necesita un responsable…]
Pasó una hora y la mujer del médico no ha aparecido, ha estado llorando, la pobre, pero ahora vendrá a respirar un poco, no abre una ventana de las que dan a la calle porque siempre hay gente mirando, prefiere las de atrás, mucho más tranquilas desde que existe la televisión. La mujer se aproxima a la barandilla de hierro, pone las manos encima y siente la frescura del metal. No podemos preguntarle si oyó los dos tiros sucesivos, yace muerta en el suelo y la sangre corre y gotea hasta el piso de abajo. El perro viene corriendo desde dentro, olfatea y lame la cara de la dueña, después estira el cuello hacia arriba y suelta un aullido escalofriante que otro tiro inmediatamente corta. Entonces un ciego preguntó, Has oído algo, Tres tiros, respondió el otro, Pero había también un perro dando aullidos, Ya se ha callado, habrá sido el tercer tiro, Menos mal, detesto oír los perros aullando.
— con Victoria Soto y 2 personas más.

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